domingo, 8 de julio de 2012

LA INVASIÓN DE LUPERÓN

A principio de 1948, mediante una operación secreta, las armas decomisadas en la frustrada Invasión de Cayo Confites fueron trasladadas a Guatemala y los hombres involucrados en la expedición de 1947 retomaron los planes de invadir la República Dominicana y derrocar a Rafael Trujillo.

El plan consistía en que tres aviones cargados de hombres y de armas, volarían desde Guatemala hasta la República Dominicana. Las tropas, dirigidas por el General Juancito Rodríguez, fueron divididas en tres contingentes:


El Primero, encabezado por el General Miguel Ángel Ramírez, debía entrar por San Juan de la Maguana, en el sur del País.

El Segundo, encabezado por Horacio Julio Ornes, entraría por Puerto Plata

El Tercero, encabezado por Juancito Rodríguez, entraría por El Cibao.

Lo planificado no se pudo llevar tal como se ideó, se impuso la adversidad. De las tres naves solamente una pudo realizar el libertario sueño. Las otras dos, lamentablemente, volaron en sentido contrario, la primera aeronave se quedó sin combustible y fue a parar a la isla de Cozumel, perteneciente al Estado de Quintana Roo, en la península de Yucatán, México, para abastecerse, donde fueron detenidos por las autoridades de ese país. La otra se encontró con una tormenta tropical que la alejó todavía más lejos de las otras y con suerte se salvaron los pasajeros aterrizando en territorio costarricense.

La nave que tomó el verdadero rumbo, un hidroavión del tipo PBY Catalina, después de un largo viaje de once horas, pudo felizmente amarizar en la bahía de La Gracia del municipio de Luperón, -de aquí se tomó el nombre- siendo aproximadamente las 7 de la noche del 19 de junio de 1949. El gobernador de Puerto Plata en ese entonces era Antonio Imbert Barrera, uno de los que años después participaría en el complot que terminaría con la muerte del dictador dominicano.

Era la primera vez que un grupo de enemigos de la opresión trujillera llegaba a Quisqueya, para valientemente desafiar a la fiera tiranizadora, en su propio cubil.

Los quince expedicionarios que llegaron a Luperón fueron: los dominicanos Horacio Julio Ornes Coiscou (Comandante del grupo), Federico Horacio Henríquez Vásquez (Gügú), Salvador Reyes Valdés, Hugo Kundhart, Manuel Calderón Salcedo, José Rolando Martínez Bonilla , Tulio Hostilio Arvelo y Miguel Angel Feliú Arzeno; los nicaragüenses Alberto Ramírez, Alejandro Selva y José Félix Córdoba Boniche; el costarricense Alberto Leyton y los pilotos norteamericanos Habett Joseph Marrot, George Raymond Scruggs y John William Chewning.



El amarizaje ocurrió sin dificultad, rápidamente algunos de los patriotas se adentraron en las calles del pueblo. Entonces las luces fueron apagadas, surgió la confusión y ocurrieron algunos tiroteos entre los mismos expedicionarios. El costarricense Alfonso Leyton recibió en el cuello un balazo mortal; el dominicano Hugo Kundhart y el nicaragüense Alberto Ramírez se enfrentaron a tiros, perdiendo la vida Ramírez y resultando herido, no de gravedad, Kundhart. Ramírez y Kundhart fueron llevados al hidroavión, donde terminaron calcinados juntos a Salvador Reyes Valdés, cuando un barco patrullero de Trujillo atacó y destruyó al hidroavión. A partir de entonces, grandes fueron las calamidades, las odiseas y las peripecias padecidas por los abanderados de la libertad que arribaron a Luperón.



De los quince combatientes, campeones de la gloria y del honor, que llegaron a Luperón, solamente salieron con vida el comandante Horacio Julio Ornes Coiscou, José Félix Córdoba Boniche, Tulio Hostilio Arvelo, Miguel Feliú Arzeno -diez años después regresó y ofrendó su vida en la invasión de junio de 1959- y José Rolando Martínez Bonilla, este último años después falleció en Miami, Florida.

La juventud de Puerto Plata odiaba a Trujillo, él era el enemigo de la libertad de todos los dominicanos. Por eso, un grupo de puertoplateños esperaba a los argonautas de Luperón y trataría de unirse a ellos. El grupo apoyaría las operaciones que se abrirían a la llegada de los expedicionarios. De esos jóvenes la historia guarda estos nombres: Fernando Spignolio, Fernando Suárez, Miguel Polanco, Pablo Borrero, Ramón (Molonche) Fernández, Ramón López Vásquez, Negro Sarita, Ramón Sarita, Tomás Diloné, Carlos Ramírez, Antonio Inoa, Fernando Inoa y Luis Ortiz Arzeno.

Lamentablemente los conspiradores estaban infiltrados y un delator (un chota) proporcionó los nombres. A la llegada de los expedicionarios la mayoría de los conspiradores fueron apresados y los cabecillas fueron masacrados salvajemente a tiros en una casa de madera de la carretera de Luperón. Ellos fueron Fernando Suárez y Fernando Spignolio, ultimados por las descargas cerradas de un pelotón comandado por el teniente Antero Vizcaíno. Así termino la amenaza para Trujillo.



Han pasado más de 60 años de estos patrióticos sucesos y realmente la tragedia de Luperón fue Un Grito de Libertad.

El chileno Alberto Baeza Flores levantó su voz para decir:

Mientras quede una gota de honor americano

y la voz del amor puedan decir:

Hermano, nombrad los que cayeron un día en Luperón.

Si un puñado de tierra recuerda el heroísmo

y el valor se adelanta sobre el último abismo,

nombrad los que cayeron un día en Luperón.

Mientras quede una flor, una lágrima,

un día; mientras el hombre luche

envuelto en la agonía,

nombrad los que cayeron un día en Luperón.

Para los héroes de Luperón y para los mártires de Puerto Plata, hoy se impone la voz patriótica de Carmen Natalia:

Fue la trágica fiesta del plomo y de la sangre.

Y la rubia mazorca se desgranó

en silencio sobre la tierra triste,

triste hasta la desesperación y hasta la muerte.

El plomo hendió las carnes

y las llenó de rosas rojas y desoladas.

Y era la carne florecida pasto de la bestia en furia.

Y era David con las manos atadas contra Goliat

soberbio cabalgando sobre un carro blindado.

Sangre de valientes. Sangre de héroes.

Sangre de Costa Rica libre de cadenas.

Sangre de Nicaragua encadenada.

Sangre de Santo Domingo clavado en el martirio.

Sangre de hermanos por la santa maternidad

de América abierta y generosa.

Sangre nueva y ardiente, que vino de otra tierra

a mezclarse a la sangre de nuestros bravos.

Dominicanos: atrás los esclavizadores.

Odiemos por siempre la esclavitud,

ella degrada la naturaleza humana, hasta bestializarla.

El hombre deformado por la esclavitud,

se habitúa de tal modo a sufrirla,

que acaba por deshonrar su humana naturaleza,

con el más infame de los vicios:

El entusiasmo de las cadenas

y hasta aprende a caminar con ellas.

¡Atrás la esclavitud!









1 comentario:



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