El plan
consistía en que tres aviones cargados de hombres y de armas, volarían desde
Guatemala hasta la República Dominicana. Las tropas, dirigidas por el General Juancito Rodríguez, fueron divididas
en tres contingentes:
El Primero, encabezado por el
General Miguel Ángel Ramírez, debía entrar por San Juan de la Maguana, en el
sur del País.
El Segundo, encabezado por
Horacio Julio Ornes, entraría por Puerto Plata
El Tercero, encabezado por
Juancito Rodríguez, entraría por El Cibao.
Lo
planificado no se pudo llevar tal como se ideó, se impuso la adversidad. De las
tres naves solamente una pudo realizar el libertario sueño. Las otras dos,
lamentablemente, volaron en sentido contrario, la primera aeronave se quedó sin
combustible y fue a parar a la isla de Cozumel, perteneciente al Estado de
Quintana Roo, en la península de Yucatán, México, para abastecerse, donde
fueron detenidos por las autoridades de ese país. La otra se encontró con una
tormenta tropical que la alejó todavía más lejos de las otras y con suerte se
salvaron los pasajeros aterrizando en territorio costarricense.
La nave
que tomó el verdadero rumbo, un hidroavión del tipo PBY Catalina, después de un
largo viaje de once horas, pudo felizmente amarizar en la bahía de La Gracia
del municipio de Luperón, -de aquí
se tomó el nombre- siendo aproximadamente las 7 de la noche del 19 de junio de
1949. El gobernador de Puerto Plata en ese entonces era Antonio Imbert Barrera,
uno de los que años después participaría en el complot que terminaría con la
muerte del dictador dominicano.
Era la
primera vez que un grupo de enemigos de la opresión trujillera llegaba a
Quisqueya, para valientemente desafiar a la fiera tiranizadora, en su propio
cubil.
Los
quince expedicionarios que llegaron a Luperón fueron: los dominicanos Horacio
Julio Ornes Coiscou (Comandante del grupo), Federico Horacio Henríquez Vásquez
(Gügú), Salvador Reyes Valdés, Hugo Kundhart, Manuel Calderón Salcedo, José
Rolando Martínez Bonilla , Tulio Hostilio Arvelo y Miguel Angel Feliú Arzeno;
los nicaragüenses Alberto Ramírez, Alejandro Selva y José Félix Córdoba
Boniche; el costarricense Alberto Leyton y los pilotos norteamericanos Habett
Joseph Marrot, George Raymond Scruggs y John William Chewning.
El
amarizaje ocurrió sin dificultad, rápidamente algunos de los patriotas se
adentraron en las calles del pueblo. Entonces las luces fueron apagadas, surgió
la confusión y ocurrieron algunos tiroteos entre los mismos expedicionarios. El
costarricense Alfonso Leyton recibió en el cuello un balazo mortal; el
dominicano Hugo Kundhart y el nicaragüense Alberto Ramírez se enfrentaron a
tiros, perdiendo la vida Ramírez y resultando herido, no de gravedad, Kundhart.
Ramírez y Kundhart fueron llevados al hidroavión, donde terminaron calcinados
juntos a Salvador Reyes Valdés, cuando un barco patrullero de Trujillo atacó y
destruyó al hidroavión. A partir de entonces, grandes fueron las calamidades,
las odiseas y las peripecias padecidas por los abanderados de la libertad que
arribaron a Luperón.
De los
quince combatientes, campeones de la gloria y del honor, que llegaron a
Luperón, solamente salieron con vida el comandante Horacio Julio Ornes Coiscou,
José Félix Córdoba Boniche, Tulio Hostilio Arvelo, Miguel Feliú Arzeno -diez
años después regresó y ofrendó su vida en la invasión de junio de 1959- y José
Rolando Martínez Bonilla, este último años después falleció en Miami, Florida.
La
juventud de Puerto Plata odiaba a Trujillo, él era el enemigo de la libertad de
todos los dominicanos. Por eso, un grupo de puertoplateños esperaba a los
argonautas de Luperón y trataría de unirse a ellos. El grupo apoyaría las
operaciones que se abrirían a la llegada de los expedicionarios. De esos jóvenes
la historia guarda estos nombres: Fernando Spignolio, Fernando Suárez, Miguel
Polanco, Pablo Borrero, Ramón (Molonche) Fernández, Ramón López Vásquez, Negro
Sarita, Ramón Sarita, Tomás Diloné, Carlos Ramírez, Antonio Inoa, Fernando Inoa
y Luis Ortiz Arzeno.
Lamentablemente
los conspiradores estaban infiltrados y un delator (un chota) proporcionó los
nombres. A la llegada de los expedicionarios la mayoría de los conspiradores
fueron apresados y los cabecillas fueron masacrados salvajemente a tiros en una
casa de madera de la carretera de Luperón. Ellos fueron Fernando Suárez y
Fernando Spignolio, ultimados por las descargas cerradas de un pelotón
comandado por el teniente Antero Vizcaíno. Así termino la amenaza para
Trujillo.
Han pasado más de 60 años de estos patrióticos sucesos y realmente la tragedia de Luperón fue Un Grito de Libertad.
El
chileno Alberto Baeza Flores levantó su voz para decir:
Mientras quede una gota de honor
americano
y la voz del amor puedan decir:
Hermano, nombrad los que cayeron
un día en Luperón.
Si un puñado de tierra recuerda
el heroísmo
y el valor se adelanta sobre el
último abismo,
nombrad los que cayeron un día en
Luperón.
Mientras quede una flor, una
lágrima,
un día; mientras el hombre luche
envuelto en la agonía,
nombrad los que cayeron un día en
Luperón.
Para los
héroes de Luperón y para los mártires de Puerto Plata, hoy se impone la voz
patriótica de Carmen Natalia:
Fue la trágica fiesta del plomo y
de la sangre.
Y la rubia mazorca se desgranó
en silencio sobre la tierra
triste,
triste hasta la desesperación y
hasta la muerte.
El plomo hendió las carnes
y las llenó de rosas rojas y
desoladas.
Y era la carne florecida pasto de
la bestia en furia.
Y era David con las manos atadas
contra Goliat
soberbio cabalgando sobre un
carro blindado.
Sangre de valientes. Sangre de
héroes.
Sangre de Costa Rica libre de
cadenas.
Sangre de Nicaragua encadenada.
Sangre de Santo Domingo clavado
en el martirio.
Sangre de hermanos por la santa
maternidad
de América abierta y generosa.
Sangre nueva y ardiente, que vino
de otra tierra
a mezclarse a la sangre de
nuestros bravos.
Dominicanos: atrás los
esclavizadores.
Odiemos por siempre la
esclavitud,
ella degrada la naturaleza
humana, hasta bestializarla.
El hombre deformado por la
esclavitud,
se habitúa de tal modo a
sufrirla,
que acaba por deshonrar su humana
naturaleza,
con el más infame de los vicios:
El entusiasmo de las cadenas
y hasta aprende a caminar con
ellas.
¡Atrás la esclavitud!
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