miércoles, 27 de junio de 2012

LA EXPEDICIÓN DE CAYO CONFITES

La expedición de Cayo Confites fue un movimiento militar contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, originado en Cuba en 1947, que promovió la invasión armada para derrocar el régimen. Su nombre proviene del cayo perteneciente al archipiélago de Camagüey en el océano Atlántico llamado Cayo Confites.



Inicios

Para principios de 1947 en medio de los aires democráticos de la Post Guerra, Rafael Trujillo se encontraba rodeado de gobiernos opuestos a su dictadura, Rómulo Betancourt en Venezuela, Juan José arévalo en Guatemala, Ramón Grau San Martín en Cuba y elli Lescot en Haití.

Luego de un congreso unificador del exilio dominicano celebrado en la Universidad de La Habana, quedó constituido el Frente Unido de la Liberación Dominicana, con Ángel Morales como presidente, los doctores Ramón del Lara y Juan Isidro Jiménez Grullón, secretarios, Leovigildo Cuello, delegado plenipotenciario, y Juan Bosch, delegado especial ante los países americanos.

Esta dirección hizo gestiones antes los gobiernos americanos del área del Caribe con la finalidad de obtener ayuda para una acción militar contra Trujillo.

Desarrollo

En enero de 1945 Juan Bosch viajó a México, a Venezuela en octubre, donde se entrevistó con el presidente Rómulo Betancourt, y en noviembre viajó a Haití donde el Presidente Ellie Lescot le entregó la suma de 25,000 dólares como aporte a la lucha contra Trujillo.



En enero de 1946 Juancito Rodríguez, un rico terrateniente de La Vega, República Dominicana, salió al exilio y se puso al frente de los planes expedicionarios que se encontraban en La Habana.

José Manuel Alemán, Ministro de Educación del gobierno de Grau San Martín, fue el contacto entre los exiliados dominicanos y el gobierno cubano, mientras que Manolo Castro, director de deportes del mismo ministerio, dirigente del movimiento socialista revolucionario MSR, se puso al frente de las labores de reclutamiento de voluntarios cubanos para la expedición.

Tomando como base de operaciones las instalaciones del hotel San Luis en La Habana, dominicanos, cubanos y de otras nacionalidades lograron conformar un ejército de más de 1,000 hombres –algunos aseguran que llegaron a reclutar 1,300-, entre ellos, veteranos de la guerra civil española y de la Segunda Guerra Mundial.

El 13 de julio de 1947, los exiliados eligieron un comité central para dirigir la expedición integrado por: Juancito Rodríguez, Ángel Morales, Leovigildo Cuello, Juan Bosch y Juan Isidro Jiménez.

Batallones
 
Días después los expedicionarios salen de La Habana hacia el Politécnico de Holguín, en el oriente de Cuba, donde reciben entrenamiento militar bajo las órdenes de Manolo Bordas, ostentaba el rango de teniente del ejército norteamericano y fue quien organizó a los expedicionarios en cuatro batallones:

·         Batallón Sandino, comandante Rolando Masferrer, cubano, abogado y veterano de la guerra civil Española.

·         Batallón Guiteras, comandante Eufemio Fernández, cubano, médico y veterano de la Guerra civil Española.

·         Batallón Luperón, comandante Jorge rivas Monte, Hondureño, militar de carrera graduado de la escuela militar de Guatemala.

·         Batallón Máximo Gómez, comandante Feliciano Mederne, militar de carrera jefe de la expedición de Gibarao.

Del Politécnico de Holguín los expedicionarios fueron trasladados a la bahía de Nipes donde les esperaba el buque Aurora y la goleta Berta con gran parte del cargamento para la expedición, abordaron los barcos y se dirigieron hacia un islote perteneciente al archipiélago de Camagüey en el océano Atlántico llamado Cayo Confites.

El gobierno norteamericano, aliado y cómplice del dictador dominicano, al enterarse de los planes de invasión comenzó a presionar al presidente Grau San Martín, para que detuviera la acción militar que se preparaba contra Trujillo, con ese propósito su embajador en La Habana, Henry Norweb, en Julio de 1947 visitó dos veces al presidente Grau y dos veces al canciller de su gobierno.

Trujillo declara la guerra

El 22 de julio de 1947, Trujillo se enteró de los planes de invasión contra él desde territorio cubano, e inició una serie de protestas por la vía diplomática contra el gobierno de Cuba. Semanas después, ante la inminente salida de los expedicionarios, Trujillo declaró: “En el momento en que el primer invasor pise tierra dominicana, comenzaremos a bombardear la ciudad de La Habana”.

En medio de ejercicios militares, prácticas de desembarco y otras maniobras, los expedicionarios de Cayo Confites esperaban más barcos, así como completar un buen número de aviones para un sólido respaldo aéreo. Al entrar el mes de septiembre, el movimiento contaba con 4 barcos, 13 aviones y 1,000 hombres armados. Entre los expedicionarios se encontraban:  José Horacio Rodríguez, Ramón Emilio Mejía Pichirilo Mejía, Mauricio Báez, Fidel Castro, Carlos Gutiérrez Menoyo, Pedro Mir, Francisco Alberto Horacio Vázquez, Federico Horacio Vázquez, Germán Martínez Reyna, Nicanor Saleta Arias, Miguel Ángel Feliu Arseno, Horacio Julio Ornes Coiscou, José Rolando Martínez Bonilla, Ángel Miolán, Dato Pagan Perdomo, Los hermanos Víctor, Rafael y Virgilio Mainardi Reyna y Antonio Toirac Escasena.


Fracaso

Mientras los expedicionarios esperaban que los aviones fueran equipados con armamento de combate para poder iniciar la invasión a Santo Domingo contando con respaldo aéreo, el general Genovevo Pérez Damera, jefe del ejército cubano, viajó a Washington DC, donde se entrevistó con altos militares del ejército norteamericano y con diplomáticos al servicio de Trujillo.

Varios días después, el general Pérez Damera procedió a confiscar un cargamento de armas en la finca América del ministro José Manuel Alemán y a intervenir el local que los expedicionarios de Cayo Confites tenían en el hotel Sevilla. Paralelo a la acción de Pérez Damera, el embajador norteamericano en Cuba, Henry Norweb, exhortó a los aviadores Rupert E. Waddel, Thomas Sawyer y Hollis Smith, los tres norteamericanos comprometidos en Cayo Confites, a que regresaran a estados Unidos y abandonaran la expedición, los pilotos se acogieron al llamado y regresaron a su país.

El 21 de septiembre de 1947, los expedicionarios de Cayo Confites deciden salir del cayo al enterarse por la radio del allanamiento del hotel Sevilla y ante los rumores de que el jefe del ejército se rebelaría contra el gobierno.

Luego de deserciones de tropas, confusiones entre las naves expedicionarias y escaramuzas con la marina cubana, los expedicionarios fueron obligados a desembarcar en el puerto de Antillas, donde fueron apresados, desarmados y conducidos al recinto militar de Columbia en La Habana.


Estando prisionero en Columbia, Juan Bosch se declaró en huelga de hambre hasta tanto no fueran liberados todos los expedicionarios. Luego de un acuerdo entre el general Pérez Damera y Juan Bosch, los prisioneros fueron liberados y los dirigentes del movimiento iniciaron gestiones ante el gobierno cubano para que les devolvieran las armas confiscadas.

Ante la negativa del gobierno cubano de devolver las armas intervino el presidente de Guatemala, Juan José Arévalo, quien reclamó la propiedad de las mismas.

Sorprende el equipamiento reunido para este proyecto que logró movilizar hacia Cuba 16 aviones. Aunque tres fueron detenidos en EEUU: un J2F-6, un PB-4Y y un B-24 Liberator, confiscados en Miami, Ponca City y Tulsa. Al abortar la expedición, el ejército cubano incautó 12 aviones trasladados a la base aérea de Columbia: 6 de combate Lockheed P-38 (F-5); 2 bombarderos patrulleros Lockheed Vega Ventura; 2 bombarderos B-25 Mitchell; 1 bombardero Consolidated B-24 Liberator; 1 transporte C-46A Curtis Commando. En adición, los revolucionarios mantuvieron en el aeropuerto Rancho Boyeros 2 Cessna UC-78 Bobcats, 2 Douglas C-47 y 2 Vultee BT-13. La idea era utilizar los 6 Douglas de transporte para lanzar 225 paracaidistas.


Dos de los nueve barcos con que contaba inicialmente la expedición, solamente tres estaban en su poder al momento de intentar salir de Cuba. Eran el LCT (Landing Craft Tank) Libertad, rebautizado Aurora, el LCI (Landing Craft Infantry) No.1006, renombrado El Fantasma y también Máximo Gómez, y la goleta blindada dominicana Angelita, designada Maceo (120 pies, revestida de planchas de hierro con motor diesel). El "crash boat" Victoria, llamado Berta (110 pies con dos motores diesel), ya había sido apresado. Otros barcos comprometidos fueron un LCI rebautizado Patria (que había sido retenido en Baltimore en agosto de 1947), y dos PT (Patrol Torpedo) boats de los utilizados en la Segunda Guerra, estacionados en la base de Mariel.

El arsenal hallado en la finca América del ministro Alemán -que llenó 13 camiones- y en los barcos muestra un impresionante material de guerra adquirido en EEUU y Argentina. Unos 3 mil fusiles Mauser, 215 subametralladoras Thompson, 50 ametralladoras de patente alemana, 10 rifles automáticos, pistolas Colt 45 (para los oficiales), acompañados de varios millones de municiones. También 15 bazookas con 300 cabezas, decenas de bombas (incluso de 300 libras), 300 bombas fragmentarias, 2 mil libras de dinamita, 300 cohetes, 3 morteros Brandet 81 mm, 2 mil granadas de mano y 3 cañones de 37 mm.

La expedición de Cayo Confites de 1947 fue el punto de encuentro de los grupos que habían antagonizado a Trujillo en los años 30 y 40 y su más seria amenaza. Aunque abortada, parte de su saldo sirvió en 1948 a la revolución costarricense que llevó a Figueres al poder, en la que Ramírez Alcántara y Horacio Julio Ornes ganaron galones. De allí -con Guatemala como base y México como escala- surgió la expedición de Luperón de junio de1949 a República Dominicana. Una década después, tras el retorno de Betancourt a la presidencia de Venezuela y el triunfo de Fidel Castro en Cuba, se formó el haz internacional propiciatorio de la expedición de junio de 1959, también a República Dominicana. El comandante de Maimón, José Horacio Rodríguez, hombre del Cayo Confites y de la expedición de Luperón, encarnó la continuidad de este empeño, que fructificó en el movimiento clandestino 14 de Junio, develado en enero de 1960, y en la conjura mortal de la noche del 30 de mayo de 1961 contra el dictador Rafael Trujillo.
 

Tomado de:



EL CASTILLO DE SAN JUAN



 La edificación conocida como “El castillo de San Juan”, se ha convertido en un icono de San Juan de la Maguana, su vista imponente se observa en la medida en que se ingresa al poblado por la avenida circunvalar hacia la derecha en dirección norte.

El afamado pintor dominicano Mariano Sánchez, es el propietario del castillo. Inició su construcción en el año 2000, con la idea inicial de residir en ella pero que luego abandonó con la nueva intención de residir y ubicar allí un centro cultural y de exposición permanente de sus obras, orgullo de esta ciudad.
 
Según el artista sanjuanero: “Hemos destinado la primera planta del castillo para que allí se instale un museo de historia de San Juan de la Maguana y que toda la edificación se convierta en una meca del arte”. La idea es convertir la zona en un lugar de gran atractivo artístico e histórico y que las instalaciones sirvan además como talleres para que los niños de San Juan de la Maguana y los interesados tengan un lugar para aprender.
 
El Castillo, sin terminar, ocupa un área de mil metros cuadrados, tiene 15 habitaciones amplias, que son especies de salones para eventos masivos y ocupa cuatro niveles. El pintor ha invertido 20 millones de pesos dominicanos (1 dolar equivale a 39 pesos dominicanos) desde que inició su construcción, se requieren otros 15 millones para concluirla.



La construcción al estilo de un castillo medieval, considerada una obra de arte, corre el riesgo de perder toda su importancia si las autoridades sanjuaneras no impiden el levantamiento de apartamentos de viviendas en sus alrededores que obstaculizarían su visualización.
 
La construcción de apartamentos taparía la vista y la majestuosidad del castillo, por lo que el pintor perdió la motivación y el empuje inicial y paralizó la obra. Expresó, igualmente, que con buena voluntad política se resolvería el impasse, para que siga adelante en la construcción del castillo que servirá de museo y que además beneficiara a la comunidad con los talleres para clases artísticas y una galería permanente con las obras del pintor.
 
MARIANO SÁNCHEZ

Datos Biográficos

Nace en San Juan de la Maguana, República Dominicana, en 1964.

Estudios

1979 Cursa sus primeros estudios de arte en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad origen.

1986 Ingresa a la escuela de Diseño de Altos de Chavón, La Romana, República Dominicana.

1987 Obtiene la Beca de Estudios Parsons School of Design de la ciudad de New York, patrocinada por el afamado artista norteamericano Larry Rivers y la Fundación de Altos de Chavón de República Dominicana.

1988 Galardonado con Honores Académicos y graduado Cum Laude en los géneros de Bellas Artes e Ilustración en la Escuela de Diseño de Altos de Chavón, La Romana, República Dominicana, afiliada a la Parsons School of Design de New York, Estados Unidos.
 


 Mariano Sánchez ha realizado un sinnúmero de exposiciones Individuales y colectivas tanto en Europa como en Estados Unidos.

Sus obras se encuentran en museos de grandes ciudades de Europa y Estados Unidos. También se encuentran en manos de coleccionistas privados de Puerto Rico, Inglaterra, España, Alemania, Estados Unidos y Perú, especialmente.

Sus cuadros se encuentran igualmente en lugares como la Casa Blanca, en Washington, en la Suprema Corte de Justicia en Santo Domingo, en las residencias de Hillary Clinton, Leonel Fernández, Juan Luis Guerra, entre otras personalidades.

Mariano Sánchez es uno de los pintores dominicanos más cotizados en el extranjero.


martes, 19 de junio de 2012

LA VITILLA UN FAMOSO JUEGO DOMINICANO



La vitilla es un intenso juego creado en las barriadas populares de Santo Domingo, derivación del baseball, beisbol o pelota, en buen dominicano. Para el juego se necesitan tapas de botellón de agua (la bola) ergonómicamente creada para estos fines y un palo de escoba o una rama firme (el bate). En la costa norte de Colombia este juego se hace con las tapas metálicas de las gaseosas (refrescos) conocidas como “checas” y de ahí el nombre con que se conoce.

Antes de la implementación de la tapa actual, para el juego se utilizaba algo menos complejo pero no era del todo eficiente, ya que, con el viento se podía desviar y a la hora del "bateo" no eran de igual manera que con la nueva.
 


Sobre los orígenes de este juego Cheo Hidalgo, reconocido Master en vitilla, dice lo siguiente:

 “El motivo de este deporte urbano es que los niños y jóvenes de esos tiempos no poseían los juegos que existen hoy en día, antes los juegos y juguetes estaban orientados a juntar las personas. Entonces pasamos de jugar con pelotas de trapos y con cacos de muñecas y surge de la nada el juego de vitilla. En ese entonces solo existía una empresa embotelladora de agua para consumo humano que hasta nuestros días está operando y es Agua Cristal. Los niños de entonces cambiamos las pelotas de trapos y cascos de muñecas por las tapas de seguridad de los botellones de agua (que antes eran de vidrio) que solo las clases sociales alta y media (A+, A, A-, B+, B y B-) eran los únicos que consumían agua embotellada. Preñados de la madre de los ingenios mis contemporáneos tomamos esas tapas para jugar pelota, para más tarde ser llamado EL JUEGO VITILLAS. Al principio de los 90s el juego de vitillas tuvo una merma debido a que las reingeniería que aplicaron las empresas de entonces decidieron reducir la cantidad materia prima de las tapas para botellones de agua cambiando la forma de las mismas, pero gracias a Dios que alguien vio una oportunidad de negocio y fabrica las tapas de nuestra querida vitilla”.



Las reglas del juego son similares a las del béisbol, con una que otra modificación. En la mayoría de los casos no se juega con un árbitro, como se hace en el béisbol; con relación a lo de los strikes esto permanece de igual manera y se recorren las bases en el cuadrangular pintado en las vías. Los equipos se conforman dependiendo de las intenciones de los jugadores, dándoles a estos la libertad de conformarlo de la manera que deseen, pero en su mayoría se unen de tres jugadores por equipos.

 Este juego requiere de una gran destreza de bateo ya que las tapas pueden tornarse difíciles a la hora del "picheo". Quizás, las habilidades que se desarrollan al practicar este juego, son el secreto del porqué los dominicanos están entre los mejores jugadores de beisbol de todo el mundo.

 Este popular juego desempeña un gran papel en la formación y desarrollo de los más importantes jugadores de beisbol dominicano. Un factor común que ha caracterizado a los grandes jugadores, tanto de las Grandes Ligas (MLB) como los que juegan en el campeonato nacional, es que  han crecido en espacios con limitados recursos, donde la vitilla les quitaba las ganas de batear, a falta de estadios (plays) cercanos, bates, bolas y guantes.

A partir de la década de la década de 1990 el juego pasó de los barrios populares a la clase media y alta. Con la diáspora dominicana el juego ha ganado una ascendente popularidad en el sur de La Florida y en la ciudad de Nueva york y, claro está, en todo en todo el resto de la República Dominicana.

En Estados Unidos el nombre del juego fue usurpado a los dominicanos y con el nombre de BETEYAH ya se ofrecen tapas y bates plásticos en las tiendas virtuales del internet.
 


En 2008, la empresa de bebidas energizantes Red Bull se convirtió en la primera empresa en apadrinar a un evento nacional que reunió a un total de 500 equipos. En ese primer campeonato resultó victorioso el equipo Los Rabiosos del sector de Villa Francia de la capital.

En 2009 con la producción de un documental y un extenso artículo titulado "Mas que un Juego", en la revista de la compañía Red Bull, su famoso Red Bulletin, se inició un esfuerzo para popularizar el juego internacionalmente.


Finalmente y como dicen por aquí “Al que no haya jugado vitilla se le debería negar la cédula dominicana, esto es tan dominicano como el Mangú.



LOS TRES ENTIERROS DE TRUJILLO

Por: Raifi Genao

En la apoteosis de su megalomanía, el «Padre de la Patria Nueva», un déspota que se había dado maña para adueñarse del poder, mandó a construir, en 1947, un templo de sultán en el lugar de la casa de madera con tejado de zinc donde había nacido en 1891, en el poblado de San Cristóbal, a unos 30 kilómetros al oeste de la capital dominicana llamada entonces y ahora Santo Domingo. En esa iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Consolación y con 1.200 metros cuadrados de planta, una cripta con doce nichos esperaba a los Trujillo. Solo el tirano ocupó el suyo, pero sería por poco tiempo.
 


A mediados de noviembre, ya muerto el dictador Rafael Trujillo, una noche, su hijo «Ramfis» y unos secuaces suyos fueron en busca de «Chapitas» a la cripta de San Cristóbal. Cuando abrieron el ataúd sintieron un hedor insoportable. La visión del cadáver ennegrecido hizo que el general «Ramfis» se llenara de rabia e incluso maldijera a aquellos criminales. El difunto no se había descompuesto posiblemente debido a que el embalsamador lo atiborró de formol. La disolución del aldehído fórmico rebosó por las arterias agujeradas por las balas y entró a raudales y por todas partes en el cuerpo de «Chapitas».
 


«Ramfis» Trujillo trataba de evitar que el pueblo descargara su ira en el cadáver de su padre. Despachó al difunto y una jugosa fortuna con destino a Cannes, en el fantástico «Angelita», un lujoso yate de cuatro mástiles con 29 velas bautizado con el nombre de su hermana. Antes de zarpar, por la noche, sobre la cubierta, el féretro volvió a ser abierto. La imagen del muerto era fantasmal, horrible, pavorosa y maléfica, y cargada de un mal olor insoportable, según testigos. Cuando el general «Ramfis» dejó para siempre Santo Domingo llevaba 33 cadáveres, a su amante Hildegarde, la bella corista del Lido parisino, de la que no se volvió a saber, y una fortuna desproporcionada de la que ni el mismo sabia sus dimensiones.


Aquel 18 de noviembre de 1961, antes de zarpar desde Boca Chica hacia la isla caribeña de Guadalupe en el «Presidente Trujillo», un destructor de 1.340 toneladas de desplazamiento convertido en yate, «Ramfis» había matado, uno tras otro, a los seis últimos autores del tiranicidio que aún quedaban presos, en una orgía de sangre, alcohol y balas, en su finca preferida, la Hacienda María, que mira al mar por los alrededores de Nigua en Haina, muy cerca de San Cristóbal. Aquel negro atardecer, «Ramfis» usó el revólver del 38 que fue de su padre. Sentía que había saldado todas sus deudas. Desde Guadalupe, Ramfis voló a Paris en un avión que previamente había fletado acompañado de todo su séquito. El resto de los Trujillo, entre ellos la madre del dictador, Altagracia Julia Molina Chevalier, de 96 años, fue mandado al extranjero en sendos aviones «DC-6» de la Panamerican, en los días inmediatos a aquella partida apresurada.


Pero Rafael Leonidas Trujillo Molina volvería pronto a su país. El gobierno conminó al «Angelita» a retornar cuando estaba a 1.535 millas náuticas (unos 2.850 kilómetros) de Santo Domingo. De regreso al país buscaron a bordo un tesoro que la imaginación popular cifraba en 90 millones de dólares en efectivos y muchos lingotes de oro, pero sorpresivamente hallaron a «Chapitas». Abrieron el ataúd y sobrecogidos vieron y olieron al «Chivo», que había adquirido el color del pellejo seco. Alguien hizo fotos que misteriosamente se velaron. Aparecieron en el yate cheques certificados por 24 millones de dólares, una importante suma en dinero nacional, las medallas y condecoraciones a las que tan aficionado era desde niño «Chapitas» -de ahí el mote-.

Segundo entierro-Paris, Francia

 Después el cadáver fue despachado por avión a Paris en un DC-7 de la compañía Panamerican. Antes del embarque, Trujillo fue aireado por quinta vez, para certificar que se iba. Los oficiales que lo vieron en la base aérea de San Isidro, el centro del poder militar de la dictadura, estuvieron inquietos y nerviosos por días. Sólo algunos pocos dominicanos estuvieron al tanto del retorno inesperado y poco deseado del «Chivo».


En el aeropuerto de Orly de París, a la Gendarmería francesa no le convenció la respuesta del embajador dominicano, Carlos Ronsemberg. De modo que mandó abrir el ataúd de caoba, que se llenó del aire frío parisino de diciembre. Una vez los papeles en regla, «Chapitas» bajó a su segunda sepultura en poco tiempo, esta vez casi en solitario. Pero el pérfido sultán antillano no podía durar mucho en el mausoleo de 45.000 dólares que le habían comprado en el más famoso de los cementerios franceses: el Père Lachaise. ¿Qué hacía allí un personaje emplumado de opereta tropical como él en compañía de Chopin, Modigliani, Apollinaire, Proust, Beethoven, La Fontaine, Moliere, Balzac, Ingres, Delacroix, y tantos otros?



«Ramfis» Trujillo se olvidó pronto de su padre y siguió su buena vida. Cuando se cansó de París, se mudó a Madrid, bajo el manto protector del gran amigo de su familia y todopoderoso, el Generalísimo Francisco Franco. Se aseguraba con convicción que los Trujillo habían amasado una fortuna de 800 millones de dólares, cifra fabulosa en 1961 y descomunal para un país con tres millones de habitantes y una renta media de 210 dólares anuales por persona. Juan Bosch, cuando fue presidente dominicano en 1963, cifró el robó en 250 millones de dólares. Fuere la cantidad que fuese, los Trujillo se enredaron en pleitos por la fortuna. «Chapitas» había nombrado herederos a su última esposa María Martínez Alba y sus tres retoños, en detrimento de los hijos nacidos de diferentes relaciones, entre ellos Flor de Oro, aquella mujer bravía que tuvo ocho maridos, y una treintena larga de bastardos. La tajada del león del botín de Trujillo estaba depositada en Suiza, pero a María Martínez la clave de la cuenta se le traspapeló en su memoria senil. El secreto se fue con ella a la tumba en el mismo taxi que llevó su cadáver al cementerio en Panamá, donde la gruesa y malhumorada viuda de Trujillo murió de forma natural.


A los ochos años del desenterramiento de «Chapitas» en San Cristóbal, la maldición alcanzó finalmente a «Ramfis» en España, cuando estrelló a gran velocidad su auto deportivo contra el de la marquesa de Alburquerque en la carretera N-1, en los alrededores de Madrid, un extremadamente frío y oscuro 17 de diciembre de 1969. Ingresado en el hospital de la Cruz Roja, «Ramfis» rehusó el tratamiento médico y acabó muriendo de un derrame interno el 28 de diciembre de 1969, paradójicamente el día en que la Iglesia católica, en la que él creía, celebra cada año los Santos Inocentes. «Ramfis» tenía 40 años. Dejó viuda a Lita y dos hijos, Ricky y otro llamado Ramsés, como el capitán de la guardia del faraón en «Aída». A su funeral asistió el exiliado ex presidente argentino general Juan Domingo Perón, agradecido con «Chapitas», que le había acogido en enero de 1959 tras la caída del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, quien lo cobijaba en Caracas. Antes, a Perón le había protegido el general paraguayo Alfredo Stroessner y en España después lo haría el Generalísimo Franco. El cadáver de «Ramfis» Trujillo Martínez fue enterrado en un nicho del cementerio madrileño de La Almudena, pero no por mucho tiempo. Rafael Leonidas Trujillo Molina tuvo más tarde de eso su tercer y último entierro.

 Tercer entierro-España


Exhumado en París fue llevado a Madrid para ser sepultado en un panteón en el cementerio de El Pardo, un pueblo en los alrededores de la capital española, con un palacio donde vivía entonces su buen amigo el dictador Franco. La iniciativa, nueve años después de ser llevado a París, fue de María Martínez, natural de un pueblo de Cádiz (Trujillo se casó tres veces y tuvo ocho hijos).

Seguramente cuando Trujillo visitó allí a Franco, en junio de 1956, le sedujo aquel paisaje europeo de bosque de pino, poblado de animales de caza mayor, donde tantos reyes españoles habían gozado. En El Pardo, en la vecindad de Franco, Trujillo, que tanto le gustaba este lugar quedaba a buen recaudo. El 24 de junio de 1970, los cadáveres de «Ramfis» se reunión con el de su padre en aquel panteón de 25 metros cuadrados forrado con placas de mármol negro. Nadie los ha vuelto a molestar. Ni Lita Trujillo ni Ramsés, que continúan en su particular «dolce vita». «Por aquí no viene nadie», dice el sepulturero del cementerio de El Pardo parado frente a aquella tumba de mármol negro cuyo techo se desplomó en 2007, y mientras señala el cielo raso de escayola caído dentro del mausoleo.



La luz de un mediodía primaveral se filtra por la puerta de cristales enrejados y a través de cuatro vitrales con imágenes del culto católico, entre ellas la Virgen de de Altagracia, la patrona dominicana. En tres altares hay dispersos objetos de culto: dos imágenes de vírgenes, un atril y varios búcaros de mármol blanco, abandonados de cualquier modo. Por el altar del fondo se baja a la cripta de los dos Trujillo, un espacio tan reducido que contrasta con la pirámide faraónica de San Cristóbal en la que el dictador imaginó que reposaría hasta el juicio final. Es exactamente de las mismas dimensiones que el dormitorio de la tercera planta de su casa preferida, la Casa de Caoba donde el sultán antillano continuamente se ejercitaba como todo un macho cabrío.
 




Fuente:

http://lavendatransparente.wordpress.com/category/politica-y-sociedad/page/3/