viernes, 24 de febrero de 2012

¿DÓNDE ESTÁN LOS RESTOS DE CRISTÓBAL COLÓN?


Por: Jesús de La Rosa (catedrático titular de la UASD y Capitán de corbeta)

En visita a República Dominicana el historiador español Manuel Hernández Sánchez Barba, miembro de número de la Real Academia Española de la Historia, cuando vino a impartir un curso de dos semanas sobre la historia de su país, al responder a una pregunta que le hizo el periodista Alfonso Quiñones, de “Diario Libre”, sobre los restos del Gran Almirante Cristóbal Colón, el académico español no hizo más que reafirmar lo que sus colegas españoles han sostenido siempre: que los restos mortales del Descubridor de América reposan en la Catedral de Sevilla, España.

Y renacen las preguntas de siempre: ¿Dónde reposan los restos mortales de Cristóbal Colón? ¿En la Catedral de Sevilla o en el Monumento Faro a Colón edificado a su memoria en la ciudad de Santo Domingo?

Como es de universal conocimiento, Cristóbal Colón murió en Valladolid el 20 de mayo de 1506, día de la Ascensión del Señor. Su cadáver fue llevado a la iglesia de Santa María la Antigua, donde tuvieron lugar las exequias. Fue sepultado después en la Capilla de don Luis de la Cerda, en el Claustro del Monasterio de San Francisco, en esa ciudad. Allí permanecieron sus restos hasta abril de 1509, fecha en que fueron trasladados al monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas, en Sevilla.

Gracias al denodado empeño de María de Toledo, esposa de Diego Colón, el Emperador Carlos I de España y V de Alemania, firmó en Valladolid, el 2 de junio de 1537, una real cédula por la que le otorgaba a la familia del descubridor y a sus difuntos en la Capilla Mayor de la Catedral de Santo Domingo, exención que estaba reservada a las personas de sangre real.

María de Toledo trasladó, en una fecha no determinada con exactitud entre 1540 y 1544, los restos de su esposo Diego Colón y de su suegro Cristóbal Colón de Sanlúcar de Barrameda, Sevilla, a Santo Domingo y los depositó en el presbiterio del Altar Mayor de la Catedral de Santo Domingo, cumpliéndose así la voluntad del Gran Almirante de que “se llevasen sus huesos a la isla española”. Fallecido don Luis Colón Toledo y María de Toledo, sus cuerpos fueron sepultados en la Capilla Mayor de la Catedral de Santo Domingo, el primero al lado de la Epístola y la segunda en el piso inferior de la capilla. De todos esos edictos reales, enterramientos y traslados existen incontrovertibles documentos que los certifican.

De manera que no cabe la menor duda de que en el Altar Mayor de la Catedral de Santo Domingo se encontraban los huesos del Gran Almirante Cristóbal Colón, del Segundo Almirante Diego Colón, de don Luís Colón Toledo, nieto del Almirante Cristóbal Colón, y de doña María de Toledo, esposa de Diego Colón y nuera del Gran Almirante de la Mar Océana y descubridor de América.

A raíz de la firma del Tratado de Basilea, en virtud del cual España cede a Francia la totalidad de la isla La Española, los presuntos huesos de Cristóbal Colón fueron exhumados de la Catedral Primada de Santo Domingo y trasladados a la Catedral de La Habana, en el buque insignia de la Armada española comandada por el teniente general Gabriel Aristizábal y Espinosa.

Tumba de Colón en Santo Domingo

A finales de 1898, al verse obligado el Gobierno español a hacerle entrega al Gobierno de los Estados Unidos la soberanía de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, los mismos restos volvieron a ser trasladados de Cuba a España, en el buque de la Armada española “Conde de Vanadito” y depositados, el 19 de enero de 1899, en la Catedral de Sevilla, donde actualmente se encuentran.

Tumba de Colón en La Habana

El 10 de septiembre de 1877 apareció en el presbiterio del Altar Mayor de la Catedral de Santo Domingo una urna de plomo con inscripciones que señalaban que en su interior se encontraban los restos de Cristóbal Colón. La noticia de ese hallazgo se propagó por todo el mundo. Mientras los historiadores dominicanos alegaban que los restos que los españoles trasladaron de Santo Domingo a La Habana creyéndose que eran los de Cristóbal Colón, correspondían a los de su hijo Diego Colón, los de la Real Academia Española de la Historia descreían de la verosimilitud de ese hallazgo, calificándolo de “pura superchería”.

Un equipo de investigación, dirigido por el doctor José Antonio Lorente, médico forense y director del Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada, ha estado tratando de establecer de manera clara y definitiva el lugar de nacimiento de Cristóbal Colón y el sitio donde se encuentran depositados sus huesos. La idea del grupo es concentrarse en contrastar el ADN mitocondrial (el procedente de la madre) de los restos de Diego Colón, hermano del Descubridor, custodiados en la Cartuja de Sevilla, con los que se cree que corresponden a Cristóbal Colón que están en la Catedral de Sevilla. Si ese colectivo de investigación de la Universidad de Granada consigue cotejarlos en un 100%, quedaría probado que los esqueletos corresponden a dos hermanos maternos, lo que demostraría que los restos de Cristóbal Colón están en la Catedral de Sevilla y no es el Monumento a Colón de Santo Domingo.

Tumba de Colón en Sevilla

Las noticias que nos han llegado dan cuenta de que, después de más de dos años de estudios genéticos y antropológicos, los investigadores de la Universidad de Granada lograron comprobar, con base en resultados de prueba de ADN, que los restos que se encuentran en Sevilla son los de Cristóbal Colón. Y que dichas osamentas no llegan a constituir el 15% de la totalidad del esqueleto del Descubridor de América. Sánchez Barba afirma que apenas son 150 gramos de huesos lo que queda de esa venerable reliquia.

Podría resultar, esperamos que así sea, que los restos que están aquí depositados en el Monumento Faro a Colón también correspondan al Descubridor de América. Si resultara ser así, se confirmaría la hipótesis del historiador dominicano Carlos Dobal de que una parte de los restos de Colón están aquí y otra en España, en la Catedral de Sevilla.

Monumento Faro a Colón

Es que frente a resultados basados en pruebas de ácido desoxidoribonucleico (ADN) no valen los argumentos ni las interpretaciones de contenidos de documentos. El gobierno dominicano debe permitir un estudio de ADN a los alegados restos de Cristóbal Colón que se encuentran en el Monumento Faro a Colón. Para ello, debe nombrarse una comisión integrada por entendidos en la materia. Y de ser necesario, el Gobierno dominicano debe de recabar la ayuda y asesoría de organismos internacionales.

¿Qué podría resultar de todo esto? Una de dos cosas: Que se pruebe que los huesos de Colón están repartidos en dos tumbas, una en la Catedral de Sevilla y otra en el Monumento Faro a Colón en la ciudad de Santo Domingo. También, podría suceder que los alegados restos de Cristóbal Colón que están aquí correspondan a su hijo Diego Colón o a su nieto.

El mundo no se va acabar si se comprueba que los restos del Descubridor no están aquí. La verdad siempre es revolucionaria.

Tumba de Colón en el Monumento Faro a Colón


ESTÁ COMPROMETIDO EL HONOR DOMINICANO

Por: Pedro Troncoso Sánchez

Sorprende saber que la tumba de Cristóbal Colón no estuvo identificada por una señal exterior, en el presbiterio de la catedral de Santo Domingo, desde cuando fueron colocados allí por María de Toledo en 1544 hasta después de su hallazgo en 1877. Es difícil explicar en estos tiempos tan rara circunstancia. ¡Los restos del glorioso héroe descubridor de la geografía enterrados en esa forma anónima, como los del más humilde de los mortales!

Es una historia muy larga de contar. El sólo recordar las ingratitudes y amarguras que sufrieron en vida, después del descubrimiento, el genial navegante y su familia, basta para imaginar las contrariedades que también se opusieron el decoroso descanso de sus despojos.

Tras larga y enojosa litis y entre dificultades sin cuento, se logró que Carlos V expidiera una cédula real, fechada el 2 de junio de 1537, por la cual concedía a los descendientes de Colón la capilla mayor de la catedral de Santo Domingo para que fuera el sepulcro del primer almirante y sus sucesores. Pero tan decepcionada quedó María de Toledo por causa de los obstáculos que se le opusieron cuando trajo a este país los restos de su suegro y también los de su esposo para ser allí inhumados que, contra el parecer de Fernando Colón, se obstinó en que la tumba no llevara encima busto ni lápida identificadora.

Esta omisión, unida a la rápida despoblación y decadencia del país en la misma época, con su secuela de ignorancia y alienación, dio lugar a que casi cayera en olvido por más de un siglo la ilustre sepultura. Que se sepa, un solo documento posterior a 1544, en el siglo XVI, hace referencia a la tumba de Colón. Es una Relación de cosas de La Española, escrita por el arzobispo Alonso de Fuenmayor a cinco años de la inhumación. En este documento se dice que "la sepultura del Gran Almirante don Cristoval Colón, donde están sus huesos, era (en 1549) muy venerada e respetada en aquella Iglesia Catedral".

Es increíble. A mediados del siglo XVII no se sabía con exactitud el lugar del presbiterio en que estaban. Que si en la parte baja; que si en la alta. Así lo dejó consignado en 1650 el cronista Jerónimo de Alcocer. Según lo explica Fray Cipriano de Utrera en su obra sobre el tema, el dato de que en 1655 el arzobispo Francisco Pío de Guadalupe y Téllez, por temor de una profanación de parte de los invasores ingleses, mandara a cubrir "la sepoltura del Almirante Viejo" sólo puede referirse a los escudos pintados en las paredes de la capilla mayor, no guardaban relación con sepulcro alguno.

"Corre el mes de noviembre de 1664", dice el padre Cipriano... Se ha rebajado por un igual todo el piso del presbiterio y han aparecido cuatro restos morales de los ascendientes del duque de Veragua habían sido otrora inhumados allí. Ninguno de los que concurren a ver el acontecimiento, ninguno a quien se consulta, puede decir más, sino que sabiendo que en la capilla mayor están sepultados los ascendientes del duque, y entre ellos Cristóbal Colón, habían ignorado hasta aquel momento que los huesos del primer almirante estuviesen en el sitio en que habían aparecido".

Tumba de Diego Colón en la Catedral Primada

Testimonios y dictámenes

El acucioso fraile historiador se apoya en el testimonio escrito dejado por el arzobispo Francisco Cueva y Maldonado en 1667, en lo declarado en el Sínodo de 1683 y en lo visto con los ojos en 1795 y en 1877 para sostener que en 1664 los restos de Colón, al ser encontrados, fueron pasados de la ya deteriorada urna en que vinieron de España a una nueva urna "más decente". Ésta quedó debidamente identificada con inscripciones grabadas en el mismo envase y en una plaquita de plata adherida a ella, pero ninguna estela exterior fue colocada.

Las inscripciones fueron examinadas a raíz del hallazgo de 1877 por los paleólogos italianos Andrea Gloria, Cesare Paolo e Isidoro Garini, quienes comprobaron que "las inscripciones de la caja de plomo y las de la plaquita de plata son del siglo XVII, y de su segunda mitad".

Este dictamen coincidió con la conjetura hecha por Emiliano Tejera de que en alguna época habían sido pasados los huesos de Colón de su recipiente original a uno nuevo, por haber visto en el hoyo residuos de una urna más antigua y mostrar la cajita la inscripción "D(escubridor) de la A(mérica)" , que lucía anacrónica.

Esta hipótesis de don Emiliano quedó más tarde convertida en certidumbre, documentalmente respaldada cuando en 1892 se publicó en España el libro de la duquesa de Alba, obra en la cual se transcribe la carta del arzobispo Cueva y Maldonado, de 1667, en que da cuenta del hallazgo de los restos de Colón y de haberse repuesto en su fosa "en forma más decente".

La importancia de toda esta sustanciación del asunto radica no solamente en que conduce a establecer la verdad en cuanto concierne a la tumba de Colón, sino en que echa por tierra la grave sospecha formulada en 1879 por la Real Academia Española de Historia en perjuicio de los honorables dominicanos que intervinieron en la verificación efectuada en 1877, ya que aquella injusta acusación se funda, esencialmente en que las inscripciones encontradas no pudieron haber sido puestas en el siglo XVI.

Excavaciones posteriores

Cuando a mediados de 1795 se supo que, por virtud del tratado de paz firmado en Basilea (Suiza) entre España y Francia, la parte oriental de la isla pasaba a ser posesión francesa, algunos pensaron que los restos de Colón debían ser trasladados a tierra española. Poco antes, en 1783, tres canónigos del Cabildo de Santo Domingo habían asegurado por escrito, en términos imprecisos, que esos restos estaban enterrados a la derecha del altar mayor de la catedral de Santo Domingo. El arzobispo Portillo y Torres y el comandante Aristizábal, guiados por este testimonio, ordenaron hoyar en el lugar y dieron con una urna sin inscripciones. Ahí están, sin duda, los despojos del descubridor, se dijeron, y no se continuó la excavación. Muchas veces ha ocurrido, como en este caso, que la fuerza de un deseo ha cerrado el paso a la búsqueda de la verdad. El escribano que dio fe del hecho no se atrevió a decir en su acta que se trataba de los restos de Colón. Prudentemente se limitó a declarar que eran los "de algún difunto". Era una época en que no había la conciencia arqueológica que hoy hay en los círculos cultos. No se conocían entonces las reglas del arte de excavar, con sus técnicas y sus cautelas. Por eso se equivocaron el arzobispo y el comandante y fueron los huesos de otro Colón los llevados a La Habana.

Se vino a descubrir esta equivocación en 1877, cuando en ocasión de reparaciones en el piso del presbiterio del templo fueron hallados, sin buscarlos, los restos que ochenta y dos años antes habían sido infructuosamente buscados. Estaba la sepultura de Colón a apenas dieciséis centímetros de distancia, entre el hoyo practicado en 1795 y la pared norte del presbiterio. Por la razón antes referida, la urna hallada era más nueva que la sacada en 1795 y ostentaba el nombre y el titulo del difunto.

Un testigo presencial, el joven sacristán mayor de la catedral, Jesús María Troncoso, dejó su testimonio por escrito. Primero relata la forma casual en que en abril del mismo año fue descubierta la hasta entonces ignorada tumba del primer duque de Veragua, don Luis Colón de Toledo, nieto del descubridor. Personas representativas verificaron el hecho, pero, dice Troncoso, "ninguno opinaba pudiera estar Cristóbal Colón en el mencionado presbiterio". No podían pensarlo, puesto que se tenía por verdadero que esos restos habían sido Ilevados a Cuba. También dice: "Recuerdo que don Luis Cambiaso dijo que el general Luperón pidió una vez que los restos del descubridor los devolviera España, pues era aquí donde pertenecían estar, según la expresa voluntad de don Cristóbal".

Se siguió excavando, pero sólo porque "era buena la ocasión para averiguar si se podían conseguir, como los de don Luis Colón, otros despojos históricos, pues, como ya sabíamos, había sido allí enterrada doña María de Toledo, la virreina".

La excavación continuó los días 8 y 9 de septiembre y se encontraron los despojos de Juan Sánchez Ramírez y "los de un párvulo que se podía ver eran de siglos atrás". "Siguiendo a la única parte que no se había excavado –agrega– se descubrió un hoyo, al que, aplicando una barreta, ésta se introdujo". Suponiendo que podía tratarse de un enterramiento de importancia histórica, el sacristán ordenó la suspensión del trabajo y dio aviso al padre Billini y al obispo Rocco Cochía. El primero llamó al ministro de lo Interior, general Marcos Cabral, y al señor Cambiaso. En su presencia y la de otras personas "se quitó una piedra entera y se vio perfectamente una bóveda en la que estaba colocada una caja de plomo en dos ladrillos gruesos. Esta fue sacada por Pablito Hernández y yo. Se colocó sobre la mesa del altar y, quitado el polvo que contenía, se pudo leer: Illtre. y Esdo. Varon Dn. Cristoval Colón D. de la A. Per Ate." Era el 10 de septiembre de 1877.

España no ha reconocido oficialmente este hecho. La Real Academia Española de la Historia lo ha creído una superchería. Antes de cumplirse los quinientos años del Descubrimiento de América, debe brillar la verdad sobre los restos de Colón y quedar limpia la República Dominicana de la injusta acusación de fraude lanzada entonces contra ella y mantenida todavía.

Pedro Troncoso Sánchez: Historiador dominicano y miembro de número de las Academias Dominicanas de la Historia, de la Lengua y de Ciencias.

Ensayo publicado en la revista Ya –3 de Enero de 1985– Madrid

miércoles, 8 de febrero de 2012

LA CITADELLE LAFERRIERE

LA FORTALEZA DE LOS QUE NO QUERIAN VOLVER A SER ESCLAVOS

En lo alto de Pic La Laferrière, de 900 metros de altura, sobre las llanuras del norte de Haití, se levanta la Citadelle. Una fortaleza inexpugnable con apariencia de barco de guerra que sobresale de entre las nubes. En su época, se convirtió junto con sus 365 cañones en la garantía de que los haitianos no volverían a tener nunca amo, o por lo menos uno que fuera blanco.


La Citadelle fue construida por el rey Henri Christophe a comienzos del siglo XIX para defender el interior del país en caso de que los franceses decidieran volver para recuperar su antigua colonia, la única y primera nación en América que nació como resultado de una revuelta de esclavos. La estrategia a seguir era sencilla: al primer signo de posible invasión, aplicar una política de tierra quemada –quemar las ciudades, las cosechas– y retirarse a las montañas, desde las que iniciarían una guerra de guerrillas y emboscadas.

El principal deseo era sobrevivir al coste que fuera y nunca volver a ser esclavos, nunca volver a las plantaciones. Por otro lado, Christophe también quería asegurarse que no sería capturado y enviado a Francia, como le había ocurrido a Toussaint Louverture, otro líder rebelde haitiano, capturado en 1802 y que acabó sus días en una prisión de una de las regiones más frías de Francia.


El constructor, Christophe, había dirigido los ejércitos haitianos no sólo contra los franceses, sino también contra Gran Bretaña y España, durante la revuelta que duró 12 años y que acabó con la proclamación de independencia de Haití en 1804. Durante esa rebelión, Christophe aplicó por primera vez la estrategia de tierra quemada, al ordenar quemar la ciudad de Cap-Haitíen, su ciudad, cuando los franceses invadieron el puerto en 1802 con el objetivo de aplastar el levantamiento. La acción dejó a los franceses sólo con ruinas y campos arrasados.

Christophe ordenó la construcción de la fortaleza en 1805, cuando era general del ejército haitiano y gobernador de la parte norte del país. Al año siguiente, junto con Alexandre Pétion, dio un golpe de estado contra el emperador haitiano, Jean-Jacques Dessalines, otro héroe de la independencia. La muerte del emperador desató una lucha por el poder entre Christophe y Pétion, que acabó con Haití divida en dos partes, la norte cayó bajo el control de Christophe como Reino de Haití y se autoproclamó rey Henri I en 1811, la de Petión se conoció como República de Haití.


A la hora de decidir el sistema productivo a seguir, Christophe tuvo que escoger entre uno similar al de las plantaciones esclavistas, que había demostrado su éxito, o repartir la tierra entre los campesinos, que sería mejor recibido por el pueblo. El nuevo rey optó por el primero. Y pese a que no restableció la esclavitud, estrictamente hablando, sí que impuso un régimen semi-feudal, en el que se suponía que cada hombre capaz tenía que trabajar en las plantaciones. Como resultado, el norte de Haití durante su gobierno se convirtió en un reino despótico y opresivo, aunque relativamente rico.

Por el contrario, el estado del sur dividió la tierra en pequeñas posesiones. El sistema era mucho menos productivo, la economía de la mayoría de los campesinos se limitó a la de supervivencia, lo que causó que el gobierno de Pétion estuviera permanentemente al borde de la bancarrota. Pese a todas estas penurias, en el sur se dieron algunos de los gobiernos más liberales y tolerantes que jamás haya tenido Haití. Por el contrario, el rey Henri creó su propia nobleza a imagen y semejanza de las europeas. En un comienzo, 4 príncipes, 8 duques, 22 condes, 37 barones y 14 caballeros.

La Citadelle no estaba sola, sino que formaba parte de todo un sistema de fortificaciones diseñado para evitar una invasión francesa. Un francés y un inglés fueron los encargados de dirigir las obras. La Citadelle se encuentra en una montaña, Bonnet-a-L'Eveque (la Mitra del Obispo), cerca del palacio Sans Souci (el Versalles de Haití), sede del gobierno de Christophe que había construido en la ciudad de Milot, unos 40 km tierra adentro de Cap-Haitíen. La Citadelle estaba pensada para convertirse, en caso de necesidad, en el último bastión al que se retiraría el rey y su guardia personal para luchar y resistir a los invasores. Desde su situación privilegiada podían vigilar los valles cercanos, la ciudad de Cap-Haitíen y el océano Atlántico (se dice que en días despejados se puede llegar a divisar hasta la costa este de Cuba, a unos 140km de distancia).


Los haitianos equiparon la fortaleza con 365 cañones, en su mayoría capturados a los franceses, ingleses y españoles. El gran calibre de algunos de los cañones y la altura desde la que dispararían habrían permitido a los defensores bombardear a los invasores a una gran distancia, lo que habría hecho muy difícil a cualquier ejército poner sitio a la ciudadela.

Repartidas por todo el fuerte, aún se amontonan más de 50.000 balas de cañón, ordenadamente apiladas formando pirámides, el bombardeo podría haber sido interminable. En el recinto había ocho grandes cisternas de piedra, que recogían el agua de la lluvia, y multitud de almacenes. Cisternas y almacenes estaban diseñados para almacenar suficiente agua y comida para que una guarnición de 5.000 hombres pudieran resistir un año. La fortaleza contaba, además, con estancias palaciegas para alojar al rey y a su familia. También había mazmorras, baños y hornos para hacer pan.

La construcción fue larga y costosa, se necesitaban meses para llevar un único cañón desde la costa a lo alto de la fortaleza. Desafortunadamente, para un país que quería huir y olvidar la esclavitud, la fortaleza fue construida con un sistema muy similar al del trabajo forzado, 20.000 hombres trabajaron durante 15 años.


Los muros de 4 metros de grosor y que alcanzan alturas de hasta 40 metros convertían la Citadelle en una fortaleza inexpugnable. Por si fuera poco, estaba rodeada por fuertes caídas en tres de sus flancos, excepto el trasero. Para proteger este posible punto débil se construyeron otros cuatro pequeños fuertes, en el Site des Ramiers. Dentro de las murallas, el fuerte tiene, además, una serie de puertas defensivas con puentes levadizos y pasadizos ciegos para engañar a los atacantes. Finalmente, en el corazón de la ciudadela se encuentra el patio central, que alberga el cuartel para los oficiales.

La Citadelle nunca se utilizó, no hubo invasiones, sólo intentos de bloqueo económico. Las potencias coloniales temían que la revuelta de esclavos de Haití pudiera servir de inspiración para levantamientos similares en el Caribe o en los Estados Unidos. El historiador Patrick Bellegarde-Smith, autor de “The Breached Citadel”, sostiene que fue la incapacidad de Francia para sofocar el levantamiento haitiano la que motivó a Napoleón a vender las posesiones francesas en Norte-América, la Adquisición de Luisiana en 1803.

En un país como Haití, Christophe y su fortaleza tienen un lugar reservado no sólo en su historia, sino también en las creencias populares. En una cultura con una extendida creencia en lo sobrenatural, hay leyendas en las que se relatan los vuelos mágicos de Christophe entre su palacio y la cumbre de la Citadelle. “Christophe era un gran hombre con una gran magia”, afirma uno de los guías que hoy enseña el recinto a los turistas.


Otra de esas leyendas cuenta que después que su cuñado muriera en una explosión en la Citadelle, Christophe se enfureció de tal manera que dirigió el más grande de sus cañones hacia el cielo y desafió a Dios para que luchara con él. Según esta leyenda, Christophe disparó el cañón al cielo, aunque en vez de la bala salir disparada hacia las alturas, fue el cañón el que se hundió en el suelo.

En julio de 1820, Christophe sufrió un ataque al corazón mientras asistía a misa en la cercana localidad de Limonade. Christophe quedó paralizado. Otra vez, una leyenda cuenta que el ataque de Christophe fue causado por el espíritu de un sacerdote local, al que él había encarcelado y ejecutado.

Christophe no se recuperaría jamás de ese ataque al corazón y con algunas de sus tropas amotinadas, temiendo un golpe de estado, se suicidó disparándose una bala de plata al corazón el día 8 de octubre de 1820. El pueblo hacía tiempo que se encontraba tajantemente en contra de él y de su modelo feudal. A pesar de los esfuerzos de Christophe para impulsar la educación y establecer un sistema legal, Henri fue un monarca impopular y autocrático, que además de al descontento dentro de su reino, tuvo que hacer frente al constante conflicto con el sur.


Después del suicidio, su cuerpo fue llevado por sus seguidores a la Citadelle para ser enterrado. Allí lo cubrieron con cal viva para evitar que sus enemigos mutilaran el cadáver. Un túmulo de piedra caliza en uno de los patios interiores se cree que señala su tumba. Al poco, la Citadelle fue abandonada.

Las dimensiones colosales de la fortaleza la han convertido en uno de los símbolos nacionales de Haití. Para muchos haitianos es un símbolo de la lucha por su propia libertad y de lo que pueden conseguir cuando deciden unirse en vez de luchar entre ellos. El anterior presidente, Jean-Bertrand Aristide, dijo en su día que “la Citadelle refleja los sueños que nuestros padres tenían para el país”. Dejando a un lado los claroscuros de su construcción.

La ciudadela, que ocupa 10.000 m2, es un edificio angular, por lo que ofrece un aspecto diferente en función del punto en el que se encuentre el observador. Los cimientos del edificio fueron construidos directamente sobre la roca y sujetados usando una mezcla de mortero que incluía cal viva, melaza y la sangre de las vacas y chivos. Supuestamente, estos animales eran sacrificados derramando su sangre sobre las paredes en construcción para que los espíritus y dioses vudú proporcionasen poder y protección a la estructura. Tal vez es esa protección la que le ha permitido resistir varios terremotos desde su construcción.

Es la fortaleza más grande del hemisferio occidental, la más grande de toda América y fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982. Actualmente es visita obligada para los turistas que visitan la isla.



Tomado de
http://www.cabovolo.com/2009/08/citadelle-laferriere-fortaleza-haiti.html

FRANCISCO CAAMAÑO DEÑO, EL ULTIMO GUERILLERO DOMINICANO


Nació en los días en que comenzaba la dictadura de Rafael Trujillo, en la ciudad de Santo Domingo, capital de la República Dominicana, el 11 de Junio de 1932, en la casa que hoy aparece con el número 253-A de la calle Dr. Delgado, en Gazcue. El tercero de cinco hermanos, hijo del entonces Mayor del Ejército Nacional, Fausto E. Caamaño Medina y doña Enerolisa Deñó Chapman.

A la edad de cinco años inició sus estudios en el colegio Luis Muñoz Rivera, más adelante en el colegio De la Salle. En 1949, a los 17 años, pese a la enérgica oposición de su padre, inicia su carrera militar, ingresando a la Marina de Guerra, en la escuela de cadetes, la cual terminó en el año 1952, alcanzando el grado de Alférez de Fragata. Dentro de la Marina de Guerra ocupó diferentes posiciones, como fueron:

-Agregado Naval Auxiliar de la Embajada Dominicana en Washington, sirviendo de edecán al Generalísimo Rafael Trujillo en un viaje de tres meses por EEUU.
-Ayudante del comandante del primer Batallón de Infantería de Marina, en ese mismo año 1953, logró su primera medalla de experto en tiro con fusil reglamentario.

Para ese año, pese a la desaprobación de sus padres, ya que él era de la élite trujillista y ella apenas la hija de una humilde trabajadora manual, comenzó sus relaciones amorosas con la que seis años más tarde se convertiría en su esposa, la joven María Paula Acevedo Guzmán, cariñosamente Chichita, con quien procreó tres hijos, Alberto, Francis (siendo este el único en seguir los ideales de su padre, convirtiéndose en militar de carrera), y Paola.


Como una forma de alejarlo de su novia lo enviaron a participar en unos cursos de entrenamiento en el cuerpo de Infantería de Marina de los EEUU, en Coronado, California. El único inconveniente para participar en esos cursos era que debía ser Capitán, y en una jugada propia del trujillismo fue ascendido a Teniente de Navío (Capitán) convirtiéndose así en el Capitán más joven de las Fuerzas Armadas Dominicanas a los 21 años de edad. Terminado este curso en Coronado, pasaría a Quantico, Virginia, el mayor centro de entrenamiento de oficiales de la Infantería de Marina, para realizar otro entrenamiento.

Regreso al país

Concluidos los cursos y de regreso sufre una gran frustración al darse cuenta que los conocimientos adquiridos no le servirían de mucho. Pasa a desempeñar funciones burocráticas, primero comandando la Sección Naval “D”, al mismo tiempo que es designado juez sustituto del Consejo de Guerra de la Marina. Luego es asignado a la Primera Compañía de Infantería de Marina. Pasa a comandar la Sección Naval “A”, y de ésta a la 5ta Compañía de Infantería de Marina, de allí es trasladado como jefe de la Compañía de Armas Auxiliares de la IM.

El 2 de Enero de 1959 es transferido de la Marina de Guerra al Ejército Nacional, siendo asignado al comando de una compañía estacionada en el penal de La Victoria, considerando esta designación como una ofensa para un militar de carrera. En 1960 fue trasladado a la Policía Nacional con el rango de Mayor, cargo que ocupaba cuando ajusticiaron al dictador Trujillo el 30 de mayo de 1961. En 1962 es designado como Director de Adiestramiento de Tropas y Comandante de la Policía Contramotines (Cascos Blancos).

Al momento del golpe de estado al gobierno del Profesor Juan Bosch, el primero elegido democráticamente después de la dictadura trujillista, Caamaño ya había sido ascendido a Teniente Coronel.

En 1964, ocupando la comandancia de Radio Patrulla se une al grupo conspirativo iniciado por el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, el cual tenía como objetivo la restauración del orden constitucional desaparecido con el derrocamiento del profesor Bosch, en septiembre de 1963.

Caamaño presidente

En 1965, al estallar la Revolución del 24 de abril, Caamaño encabezó el movimiento inspirado en devolver al país el orden constitucional violado en 1963, primero frente a los militares golpistas y luego frente a la invasión norteamericana, convirtiéndose en el líder indiscutible de la Guerra de Abril. A raíz de estos acontecimientos el 3 de mayo de 1965, contando Caamaño con 33 años de edad, el Congreso Nacional lo elige y designa Presidente Constitucional de la República, tomando posesión de la presidencia el día 4, en el parque Independencia, posición que ocupó hasta el 3 de septiembre de ese mismo año, cuando presenta su renuncia en un acto masivo en la Fortaleza Ozama, tras la firma del Acta de Reconciliación Dominicana (Acto Institucional), entre él y Héctor García Godoy.


Ante la inminente invasión estadounidense con el pretexto de proteger vidas y bienes de ciudadanos estadounidenses, y la llegada de la 82 división aerotransportada de la Armada de los Estados Unidos, con 42 mil marines, Caamaño se traslada a la embajada de los Estados Unidos en Santo Domingo para pedir la no intervención de esa nación y negociar la paz, la respuesta que recibe del embajador es que Camaño no está en calidad de negociar, si no de rendirse, éste a su vez le contesta de la siguiente manera: "Pues permítame decirle que no nos rendiremos y que lucharemos hasta el final".

Durante el gobierno del Coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, se emitieron 4 Gacetas Oficiales, con 62 Decretos y 14 leyes. Recibió cartas y comunicaciones internacionales, de felicitación y reconocimiento como Presidente de la República Dominicana y, a su actitud ante la intervención militar de Estados Unidos, donde demostró ser un hombre de valor, heroísmo, patriotismo, principios inquebrantables, y decidido a defender su Patria por encima de todo.


En 1966, después de unas oscuras elecciones que llevó al poder al títere trujillista Joaquín Balaguer, es designado como agregado militar en Londres, Inglaterra, hacia donde parte con su esposa y sus dos hijos. A la salida del país se le dio una grandiosa despedida por parte del pueblo, así como un gran recibimiento a su llegada a Puerto Rico por los dominicanos residentes y puertorriqueños.

Balaguer gobernó la República Dominicana hasta 1978. Durante su régimen de 12 años fueron asesinados muchos jóvenes de la izquierda, entre ellos, Henry Segarra, Amín Abel Hasbún, Dr. Guido Gil, Maximiliano Gómez -el Moreno-, Amaury Germán Aristy y sus compañeros del grupo Los Palmeros…

En Cuba

A su llegada a Londres, es recibido por la prensa internacional. Durante su permanencia en Inglaterra, ofreció una serie de ruedas de prensa donde denunció la intervención militar de los Estados Unidos a su país, y la ingerencia del gobierno americano en los asuntos internos de otras naciones.

Realizó una serie de viajes por Europa para hacer algunos contactos que finalmente lo llevan a Cuba, donde estuvo varios años entrenándose para cumplir con la promesa que le hizo al pueblo dominicano, de que se iba pero regresaría, para seguir luchando por su Patria.

En Cuba vivió en una residencia al oeste de La Habana, en un sector al que llamaban La Nina. Allí habría vivido, supuestamente, el Che Guevara cuando se preparaba para salir hacia Bolivia.

Caamaño decide volver al país y derrocar al gobierno dictatorial de Balaguer, que asesinaba sin piedad a la juventud revolucionaria en la República Dominicana; en Cuba comienza a reclutar a los hombres que lo acompañarían en su proyecto guerrillero, a pesar de las numerosas deserciones, logra mantener a ocho aguerridos hombres que están dispuestos a jugarse la vida para derrocar a Balaguer.

Dos de sus hombres fueron enviados a comprar el barco que trasladaría a las tropas. Pasaron por Francia, Guadalupe y Antigua, donde finalmente compraron el Black Jak, un motovelero de 42 pies de largo, con motor de 25 caballos de fuerza.

Por diferentes vías, los guerrilleros llegaron hasta Guadalupe, desde donde zarparon hacia la Bahía de Ocoa, pero con una parada "técnica" en la isla Aves, donde recogerían las armas. Es una pequeña isla localizada a 110 kilómetros al oeste de Guadalupe y Dominica. Su longitud no excede los 150 metros y su altura máxima es de 2 metros sobre el nivel del mar en un día calmo. En ocasiones suele quedar totalmente sumergida.


El guerrillero, el final

El 3 de febrero de 1973, nueve hombres desembarcaron en la Playa Caracoles al sur del país, con la intención de iniciar un frente guerrillero contra el gobierno de Balaguer, al frente del grupo estaba el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, alias Román. Sobre esto, Balaguer hablando por una cadena de radio y televisión afirmó:

Hace apenas algunas horas regresé de la zona del municipio de San José de Ocoa donde actualmente se desarrollan algunas acciones subversivas, que realiza el grupo de guerrilleros… inspeccioné personalmente en compañía del secretario de Estado de las Fuerzas Armadas y el Jefe de Estado Mayor del Ejército, el sitio en que se produjo el primer choque sangriento entre una patrulla militar y el grupo de guerrilleros que desembarcó en la Playa Caracoles.

Trece días después del desembarco el 16 de febrero, las Fuerzas Armadas anunciaron la muerte de Caamaño junto a dos de sus compañeros en el paraje Nizaíto, sección la Horma de San José de Ocoa. El contralmirante Ramón Emilio Jiménez hijo, Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, el mayor general Enríque Pérez y Pérez y el brigadier Juan René Beauchamps Javier, mostraron el cadáver de Caamaño a un reducido grupo de periodistas que fue traslado en helicóptero hasta el lugar donde se encontraba el cuerpo sin vida, y los de sus compañeros Heberto Lalane José y Alfredo Pérez Vargas, aunque las FFAA informaron que Caamaño había muerto en combate, testimonios posteriores afirmaron que él fue fusilado, luego de ser apresado por tropas del Ejército Nacional que lo perseguían.

Además de los dos combatientes caídos junto a él, acompañaron al comandante en su proyecto guerrillero Ramón Euclides Holguín Marte (Braulio), Hamlet Hermann Pérez (Freddy), Mario Nelson Galán Durán (Juan), Claudio Caamaño Grullón (Sergio), Juan Ramón Payero Ulloa (Ismael) y Toribio Peña Jáquez (Felipe).

Luego de una intensa persecución entre las montañas de la Cordillera Central, para finales de marzo las Fuerzas Armadas anunciaron la eliminación del foco guerrillero quedando como únicos sobrevivientes: Hamlet Hermann Pérez, Claudio Caamaño Grullón y Toribio Peña Jáquez, los cuales tiempo después salieron al exilio.

Los últimos minutos

Al mediodía del 16 de febrero de 1973, se escuchaba en la frecuencia de radio usada por los militares: “A todas las águilas, a todas las águilas, aquí el capitán Mejía. Tengo al caco mayor... y entonces corrigió, al coco mayor, al coco mayor y dos heridos”.

“Dedujimos que los heridos serían Eugenio y Armando; al primero porque lo habíamos visto sangrante en medio del trillo y al otro compañero porque habíamos sentido su fusil cuando silenciaba abruptamente. Si había un compañero con vida ese era Román, a quien en el código establecido por los militares parece que llamaban el “coco mayor” ¿Por qué?, no sabía ni tenía tiempo para pensar en eso, pero me resultaba extraño aquello de “el coco mayor”, explicó Hermann Pérez en un libro que escribió años después.

El comentario entre la tropa giraba alrededor de qué se haría con el detenido. Unos quizás comprometidos con crímenes anteriores clamaban por la muerte inmediata; otros callaban, eludían miradas directas y asentían con la cabeza ante quienes, provocadoramente, pedían la cabeza del jefe guerrillero.

A la 1:15 de la tarde la noticia llegó al despacho del presidente Joaquín Balaguer, y dos horas después llegaron en helicóptero desde Santo Domingo el contralmirante Ramón Emilio Jiménez Reyes, secretario de las Fuerzas Armadas, el general Enrique Pérez y Pérez, jefe de Estado Mayor del Ejército, y el comodoro Francisco Amiama Castillo, sub-secretario de las Fuerzas Armadas y asistente del ministro.

El general Jiménez Reyes conversó con Román, a quien conocía desde los tiempos de la academia naval donde ambos fueron cadetes del mismo curso.

Amarrado y sentado sobre un piso de tierra, necesitado de atención médica, ya que tenía heridas leves, Román se recostaba contra un seto de madera cortada rústicamente. Sus custodios lo observaban con expresión de asombro en sus rostros. Parecían no creer lo que veían sus propios ojos.

Media hora después fue transmitida la decisión política de asesinar a Román. La orden de los jefes militares fue transmitida al coronel Héctor García Tejada quien ordenó al teniente Almonte Castro para que junto al cabo Martínez, chofer del pelotón de reconocimiento del Sexto Batallón de Cazadores, lo acompañaran.

“¡Aaah, entonces me van a matar. Viva Santo Domingo libre, coño!”, fueron sus últimas palabras y entonces tronaron los fusiles que acabaron con su vida. Un tiro de gracia en la frente aseguraría que la información sobre su muerte en combate pudiera ser dada de inmediato.


Cuenta Hamlet Hermann que la relativa tranquilidad de los guerrilleros fue interrumpida a las 4:00 de la tarde cuando sentimos una inmensa cantidad de disparos; no como en combate, sino como en un día de Año Nuevo.

¡Mataron a Román!, habría dicho Hermann a sus compañeros de guerrilla.

Ninguno de los participantes en el asesinato ha tenido el valor de decir públicamente quién dio la orden de disparar.

Homenajes

Con la muerte del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó a los 41 años de edad, desapareció una de las figuras más importante de la historia dominicana del siglo XX.

Se le otorgó el nombre de “Avenida Presidente Francisco Alberto Caamaño Deñó” a lo que era la “Avenida del Puerto”. Es declarado por el Gobierno, Héroe Nacional de la República Dominicana el 11 de junio del año 1999, mediante Ley Nro: 58-99, algo que ya todo el pueblo dominicano había reconocido hacía mucho tiempo.


Hombre inteligente, honesto, decidido y capaz, de gran estatura de luchador, hasta el punto de dar lo más preciado y valioso, su vida.

Caamaño es ejemplo como dominicano de gran estirpe, ser humano, así como su extraordinario aporte a la Patria. Su lucha sirve a esta generación de jóvenes y las venideras para que las guíe por el camino correcto, como dijo: “…Buscamos que todos puedan vivir en un futuro mejor. Luchamos por principios”.


Fuentes:

http://sobrelanoticia.wordpress.com/2008/11/10/el-personaje-historico-de-la-semana-francisco-alberto-caamano-deno/

http://www.elnacional.com.do/semana/2011/2/12/75016/Caamano-los-ultimos-minutos