La megalomanía se define en psiquiatría como la sobreestimación delirante de las propias capacidades. Delirio de grandezas; convicción irracional de la propia riqueza, fama o poder. No es una enfermedad por sí misma mientras no alcanza el nivel de delirio, de obsesión, de carácter claramente patológico. Y cuando alcanza estos niveles es tan sólo un elemento más en el síndrome de enfermedades mentales graves. En una sociedad que tiende a la depresión, unas dosis razonables de autoestima, que le acerquen a uno a su propia realidad, ayudan lo suyo. Pero cuando adquieren la misma intensidad que las depresiones, pero en el polo opuesto, y no digamos si se alternan con éstas, constituyen un serio peligro no sólo para el que sufre estos accesos de delirio, sino para todo el entorno que los ha de sufrir.
Rafael Leónidas Trujillo, quien gobernó con mano dura a República Dominicana, entre 1930 y 1961, cuando fue ajusticiado por un grupo de nacionalistas, está considerado como uno de los más grandes megalómanos de la historia. Mezcló el culto a su personalidad con delirios de grandeza, creyéndose superior a Napoleón, César, Hitler, Bolívar, Franco y otros grandes hombres de la historia universal. Realmente Trujillo quiso parecerse al César romano, considerado en su tiempo como la mujer de todos los hombres, y el hombre de todas las mujeres.
Tenía que oír y sentir constantemente el halago de las lenguas melifluas de sus cortesanos. Frases tales como "Dios y Trujillo" acuñada por Jacinto Mozo Peynado; "Trujillo y Dios" del jurista Arturo Logroño; o el contenido de Merengues típicos como el titulado "Trujillo Molina, hombre sin igual", cuyas letras se difundían por toda la nación: "Trujillo en la tierra y en el cielo Dios", se han recopilado más de 300 merengues que alaban su obra, son un claro indicio de que el dictador era un paciente psiquiátrico en potencia, atribuida esta conducta anormal a sus taras sifilíticas y a una esquizofrenia progresiva.
A Trujillo, según Joaquín Balaguer, su más fiel títere, "Lo poseyó sin duda una megalomanía casi patológica, pero la utilizó malignamente para rebajar a todos sus compatriotas hasta un nivel en que a nadie le fuera posible competir con él en ninguna actividad humana". La envidia hacia los demás corría pareja con su profundo resentimiento social.
Con sus hermosos y vistosos uniformes soportaba sobre su pecho el peso de varias libras de medallas, -o chapas y de ahí su apodo de “Chapita”-; ora con el bicornio o el tricornio, ora con el traje de Generalísimo achamarrado, el dictador se paseaba entre sus acólitos, hombre y mujeres, marcando el paso de la vida nacional.
Adoptados todos los títulos militares se endilgó el Generalísimo siguiendo a Francisco Franco, uno de sus admiradores de la historia y de quien se asegura conoció en uno de sus viajes por Europa.
Su megalomanía fue proverbial. Por la época de la celebración de los 440 años de fundación de la capital, a Santo Domingo, la ciudad más antigua de América, bautizada así por Bartolomé Colón, el Generalísimo decidió cambiarle el nombre por el de Ciudad Trujillo, denominación que subsistió, desde enero de 1936, durante el siguiente cuarto de siglo. Similar suerte corrió la montaña más alta de la isla, el Pico Duarte, conocida en su dictadura como Pico Trujillo, además de varios pueblos y una provincia. Algunos otros lugares como calles, avenidas, carreteras, escuelas, naves de guerra, puentes y canales de riego los rebautizó con su nombre o con nombres de miembros de su familia. Existieron orquestas y equipos de beisbol con su nombre. Una emisión de billetes de 20 pesos llevó su imagen. Al final de su primer mandato en 1934 era la persona más rica del país, uno de los más ricos del mundo en la década de 1950, y casi en el final de su régimen su fortuna estaba estimada en US$800 millones, fabulosa fortuna sacada de las arcas nacionales y que el país nunca recuperó en su totalidad.
En la ciudad estaban altaneras en edificios públicos, calles, parques y avenidas 1.217 estatuas de Trujillo, esculpidas, moldeadas y fundidas en toda clase de materiales nobles, y en toda las posiciones imaginables: a caballo, con toga, pedestres, heroicas. En cada hogar dominicano, una placa emotiva rezaba: En esta casa, Trujillo es el jefe.
Al mencionarse su nombre durante su mandato era obligatorio llamarlo de la siguiente manera: "Generalísimo Doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva", a los que agregaban “Primer maestro”...
Las distinciones que se molestó en gestionarse incluyen títulos tan bizarros como el de "La Orden de Los Pioneros de Liberia" y tan reveladores como el de "La Orden Piana" o la de "San Gregorio Magno", ambas concedidas por el Vaticano a su piadoso feligrés. En la chorrera de chapitas no faltan reales exotismos como la "Gran Cruz Jerosolimitana del Santo Sepulcro" y la de "Medhula" de Marruecos y el "Gran Cordón Rojo con Bordes Blancos de La Orden china del Brillante Jade", y que tal el "Collar de la Orden de Trujillo", concedido por Trujillo a Trujillo, además de un doctorado Honoris Causa de una universidad norteamericana, entre todo un enjambre de reconocimientos cabildeados con la mayor necedad en los cinco continentes.
Esta es a grandes rasgos la vida megalómana de un dictador en Banana Republic que coleccionaba honores, títulos, medallas, hímenes, reverencias, estatuas, ahijados, cruces de cementerios y desapariciones hasta hoy no aclaradas, que respondió al nombre de Rafael Leónidas Trujillo Acosta.
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